Cuando me planteo organizar un evento, aunque sea para un nutrido grupo de buenos amigos, invariablemente me echo a temblar. Son los nervios de la responsabilidad de que todo salga como yo quiero, y os aseguro, que el nivel de exigencia con el que me estoy topando nunca creí que yo lo tenía.
Lo primero a lo que me enfrento es a la elección de un menú que pueda encajar al mayor número de personas y que a la vez refleje el espíritu que me mueve en la cocina (sencillo, rico,y que consiga sorprender). Para ello echo mano de mis recetas familiares, de todas aquellas que he ido incorporando a lo largo de mi carrera de cocinillas y como no, de los maravillosos libros que me rodean e internet (ya he comprobado que el ordenador no explota). Pongo en marcha mi cabeza, y aquí me dejaréis presumir sólo un poco y decir que alguna que otra idea ha salido, ella solita, de ésta cabeza y me arrogo su maternidad.
Una vez perfilado el menú, me pongo manos a la obra, y me tiro a la calle para hacerme con todos esos productos que me puedan hacer falta. Aquí puede variar algún plato del menú según ofertas, pinta de los productos, consejo de los profesionales….
Y paso a la siguiente fase, la cocina, días de andar entre potas, verduras, peladores y sobre todo días de verdadero disfrute. Andar por casa detras de la familia mira a ver que te parece esto o lo otro, ¡me encanta!.
Tampoco desatiendo los detalles de la presentación que considero tremendamente importante a la hora de disfrutar de una buena velada, comida y ambiente tienen que ir unidos y para ello hay que cuidar hasta el último detalle: menaje, presentación de las fuentes, servicio…
Creo que cuidados todos estos pasos todos podemos cuidar a nuestras familias y amigos como se merecen ,y si no te encuentras con fuerzas, ¡cuenta conmigo!. Un beso.